martes, 11 de enero de 2011

¡Chio Vuela! Ana Soriano


En un bosque perdido, lleno de grandes pinos, siempre existen muchos nidos y muchas clases de pájaros. Cuando los huevos que han estado cuidando con tanto esmero comienzan a abrirse, cientos de pájaros esperan ansiosos el alimento de sus madres.
Aquí comienza la historia de mi gorrión, Chío, un pichón que fue debidamente cuidado y debidamente alimentado por su madre.
Chío era un gran admirador de las nubes, de las montañas, del viento y del ruido del río. Su madre estaba tan embelesada con él que no quería que le abandonase nunca, como hacen el resto de las aves, así que jamás le enseñó a volar.
A Chío no le importaba demasiado porque desde su árbol podía contemplar todo lo que le gustaba pero, a veces, cuando veía a los demás volando a su alrededor, sentía ganas de intentarlo. Su madre le asustaba diciéndole lo terrible que sería si cayera y se rompiera un ala, lo terrible que sería si un cazador le disparara, lo terrible que sería si un halcón le cazara….
Un día, esto es precisamente lo que le ocurrió a su madre: un halcón le alcanzó mientras buscaba comida para Chío y él mismo vio cómo desaparecía con ella en las garras dirigiéndose hacia la montaña.
Chío necesitaba hacer algo, pero…¿qué?. Sintió tanto miedo al intentar volar, que sus plumas temblaban. Su madre había desaparecido, realmente no estaba y, lo que es peor, no volvería a estar. Lloró desconsolado porque ella lo había sido todo para él: su compañía, su alimento y su consuelo.
La soledad le invadía día tras día y se moría de hambre. No había otra opción: ¡echar a volar! Y así lo hizo, sabiendo lo que podía pasar, acordándose de las advertencias de su madre, de los peligros que podía correr, pero ¡tenía que hacerlo!.
Chío se asomó en la rama, vio la altura tan impresionante en la que estaba y dijo: allá voy. Se lanzó muerto de miedo pero sus alas se abrieron como si hubiera volado siempre, era algo para lo que él estaba preparado y le costó un poco conseguir un buen equilibrio. Volvió a hacerlo una y otra vez y se sintió vivo, capaz de vivir por sí mismo, descubrió una vida que jamás había tenido.

Pensó en todo el tiempo que había perdido observando al mundo, pensó en el amor protector de su madre que, sin darse cuenta, había robado la posibilidad de que él se arriesgara, él decidiera, él se equivocara, él rectificara si hiciera falta.

Chío empezó a vivir muy tarde, pero empezó. Todos debemos empezar a vivir nuestro propio vuelo.

1 comentario:

  1. Hola Ana :D
    Me ha gustado mucho, desde el principio hasta el final. Mejor dico desde el título hasta el final.

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