
Había una vez un oso que vivía con su esposa en una vieja cabaña en un pueblo al lado del mar. Eran muy pobres.
La mujer era muy exigente y siempre le pedía más y más, se quejaba por todo.
-¡A ver si traes más pescado!- le gritó un día la mujer.
Rufi, que así se llamaba el pobre pescador, resignado, se fue a pescar; se sentó en una roca, lanzó el sedal y esperó. De pronto se movió la caña, había pescado un pez precioso. ¡Parecía de oro!
-Por favor, devuélveme al mar! - dijo el pez.
Rufi se quedó pasmado al oír hablar al pez. ¡Era mágico!. -Si me dejas marchar siempre te lo agradeceré.- replicó el pez. Al oso le dio pena el pez y lo dejó libre. -¡Adiós, pez! - se despidió Rufi lanzándolo al mar. Ya en casa, el oso le contó a su esposa lo ocurrido. -¡Es un pez de oro! ¡Es mágico! - gritó ella. -¡Has dejado escapar a un pez mágico! ¡Ve ahora mismo y pídele que nos de una buena casa!- dijo enfadada. Rufi volvió a la roca, llamó al pez y le contó lo que quería su esposa. -¡Concedido!- dijo el pez. Tú me has devuelto al mar y yo voy a ayudarte. Al regresar a casa Rufi vio que su humilde casa se había convertido en una gran mansión. ¡Y su esposa estaba encantada! ¡Tenía trajes y joyas maravillosas! Su mujer alardeaba ante los demás de que era rica y tenía más que nadie. Con el tiempo se convirtió en una mujer muy tacaña y despreciaba a todo el mundo. Al actuar así no se daba cuenta de lo que estaba perdiendo, que era lo mejor que había tenido siempre: la confianza y el cariño de sus amigos y familiares. Pero aún así no se conformó con lo que tenía y de nuevo le dijo a su marido que volviera a ver al pez. ¡Quería ser reina de un palacio y gobernar en él! Rufi, avergonzado, le contó al pez cómo se comportaba su esposa, todo lo que le había dicho y lo que le mandó que le pidiera. -No te preocupes- dijo el pez de oro. Tendrá lo que se merece. El oso pescador volvió a su casa y…¡se encontró con la cabaña de siempre y sus enseres y ropas viejos!. Su esposa en la puerta lloraba desconsolada. -El pez de oro te dio lo que le pediste, una buena casa, pero como no te has sabido conformar él nos ha devuelto lo que teníamos -le dijo Rufi a su esposa. Ella siguió llorando y llorando, no le dirigió la palabra durante varios días y no quiso recibir a ninguno de sus amigos cuando le llevaban comida e iban a visitarla. Al cabo de una semana, habiendo recapacitado y sintiéndose muy sola, llamó a Rufi y le pidió que la perdonase porque se había dado cuenta de lo mal que se había comportado con todos. Había comprendido que debía disfrutar de una vida sencilla junto a Rufi, su familia y amigos y….¡SER MUY FELIZ!. Moraleja: La felicidad no depende de lo rico o pobre que uno sea
La mujer era muy exigente y siempre le pedía más y más, se quejaba por todo.
-¡A ver si traes más pescado!- le gritó un día la mujer.
Rufi, que así se llamaba el pobre pescador, resignado, se fue a pescar; se sentó en una roca, lanzó el sedal y esperó. De pronto se movió la caña, había pescado un pez precioso. ¡Parecía de oro!
-Por favor, devuélveme al mar! - dijo el pez.
Rufi se quedó pasmado al oír hablar al pez. ¡Era mágico!. -Si me dejas marchar siempre te lo agradeceré.- replicó el pez. Al oso le dio pena el pez y lo dejó libre. -¡Adiós, pez! - se despidió Rufi lanzándolo al mar. Ya en casa, el oso le contó a su esposa lo ocurrido. -¡Es un pez de oro! ¡Es mágico! - gritó ella. -¡Has dejado escapar a un pez mágico! ¡Ve ahora mismo y pídele que nos de una buena casa!- dijo enfadada. Rufi volvió a la roca, llamó al pez y le contó lo que quería su esposa. -¡Concedido!- dijo el pez. Tú me has devuelto al mar y yo voy a ayudarte. Al regresar a casa Rufi vio que su humilde casa se había convertido en una gran mansión. ¡Y su esposa estaba encantada! ¡Tenía trajes y joyas maravillosas! Su mujer alardeaba ante los demás de que era rica y tenía más que nadie. Con el tiempo se convirtió en una mujer muy tacaña y despreciaba a todo el mundo. Al actuar así no se daba cuenta de lo que estaba perdiendo, que era lo mejor que había tenido siempre: la confianza y el cariño de sus amigos y familiares. Pero aún así no se conformó con lo que tenía y de nuevo le dijo a su marido que volviera a ver al pez. ¡Quería ser reina de un palacio y gobernar en él! Rufi, avergonzado, le contó al pez cómo se comportaba su esposa, todo lo que le había dicho y lo que le mandó que le pidiera. -No te preocupes- dijo el pez de oro. Tendrá lo que se merece. El oso pescador volvió a su casa y…¡se encontró con la cabaña de siempre y sus enseres y ropas viejos!. Su esposa en la puerta lloraba desconsolada. -El pez de oro te dio lo que le pediste, una buena casa, pero como no te has sabido conformar él nos ha devuelto lo que teníamos -le dijo Rufi a su esposa. Ella siguió llorando y llorando, no le dirigió la palabra durante varios días y no quiso recibir a ninguno de sus amigos cuando le llevaban comida e iban a visitarla. Al cabo de una semana, habiendo recapacitado y sintiéndose muy sola, llamó a Rufi y le pidió que la perdonase porque se había dado cuenta de lo mal que se había comportado con todos. Había comprendido que debía disfrutar de una vida sencilla junto a Rufi, su familia y amigos y….¡SER MUY FELIZ!. Moraleja: La felicidad no depende de lo rico o pobre que uno sea
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